Dime, ¿qué quieres que te haga ahora?
Nada, déjame a mí. Yo lo hago todo.
Es difícil dejarse ir cuando se está acostumbrada a llevar las riendas. Puede ser miedo a perder el control o desconfianza en el otro pero eso es solo al principio. Después de un tiempo son la rutina, la costumbre y la “pereza” las que hacen el resto. Nos conformamos con poco, más vale pájaro en mano.... y nos perdemos lo mejor. En realidad si no confiamos en nosotros mismos ¿como vamos a confiar en alguien la primera noche? Y al final ese poco con el que nos conformábamos ya ni nos gusta. Se apaga lentamente el deseo.
Bien, me gusta la idea.
Estas tensa.
No... bueno un poco...
No te apures, eso se pasa, verás, tenemos tiempo... cierra los ojos.
Me gusta mirarte... eres como un ángel...
Déjate llevar... cierra los ojos.... así...
Sí...
No se puede racionalizar el deseo, ni analizarlo. Nunca se está lo suficientemente preparado para la vida. Así es que después de no analizar y sí comprobar y experimentar se cambian actitudes que en realidad no son tuyas, o que son adquiridas por una carencia o una necesidad de protegerse. Ideas preconcebidas que pueden servir durante un tiempo, pero únicamente para seguir aprendiendo y dejarlas cuando ya no te permiten avanzar. Y te das cuenta de que no hay enemigo fuera, tu enemigo está dentro de ti, como casi todo. Entonces te puedes entregar sin condiciones, sin medida y sin miedo. Te rindes y ahí ganas la batalla.
Es extraño. No tenemos casi nada en común y sin embargo...
Nos hemos sorprendido los dos.
Sí, bastante! Mira se hace de día...
Dormimos un rato?
No sé si podré dormir...
Pues nos quedamos así, abrazados...
Que bien...
MCD Agosto, 2008
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