Respecto a ese Buda que los escritores occidentales se han complacido frecuentemente en describirnos bajo el aspecto de un soñador indolente, de un nihilista elegante, que desprecia el esfuerzo, podemos considerarlo un mito. La tradición budista no guarda ningún recuerdo de un personaje semejante. El sabio que consagró 50 años de su vida a la predicación de su doctrina, y que murió después, con más de 80 años, en plena actividad, cayendo al borde del camino que recorría a pie mientras iba a llevar su enseñanza a nuevos oyentes, no se parece casi en nada al anémico desencantado por el que se intenta a veces sustituirlo.
De hecho, si lo considerásemos en sus principios esenciales, el budismo es una Escuela de energía estoica, de perseverancia inquebrantable y de audacia singular, cuya meta es entrenar “guerreros” que combaten el sufrimiento.
"Guerreros, guerreros nos llamamos. Combatimos por la virtud elevada, por el alto esfuerzo, por la sublime sabiduría. ¡Y por ello nos llamamos guerreros!"(Anguttara Nikaya.)
Y, según el budismo, la conquista de la sabiduría que para él se halla indisolublemente ligada al conocimiento, conduce infaliblemente a la destrucción del sufrimiento. Pero, ¿cómo nos llegará la voluntad de combatirla, si no le concedemos una atención seria, si en el intervalo entre dos dolores nos olvidamos, tomando un instante de placer, de que hemos sufrido la víspera y de que podremos de nuevo sufrir mañana? O también si, disfrutando egoístamente, de este paréntesis, permanecemos insensibles al dolor ajeno, sin comprender que, mientras existan las causas que producen dicho dolor, éste nos podrá alcanzar también a nosotros.
Por estas razones, el budismo atrae en primer lugar nuestra atención sobre el sufrimiento. Y no para empujarnos a la desesperanza, sino para hacernos distinguir bajo todas sus formas y todos sus disfraces al enemigo que tenemos que combatir.
EL BUDISMO DE BUDA
ALEXANDRA DAVID-NEEL
TRADUCTOR: ALFONSO COLODRÓN GÓMEZ
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