CAJÓN DE SASTRE DE UNA HORMIGA DISIDENTE







martes, 19 de enero de 2010

KARMAN, NEGOCIACION O TRANSMUTACIÓN



“Ni en el aire, ni en medio del océano, ni en las profundidades de las montañas, ni en ninguna parte del mundo existe un lugar en el que se pueda escapar a las consecuencias de los propios actos” (Dhammapada).




Esta rigidez no es agradable para todos. Pocos seres humanos tienen suficiente energía y dignidad para asumir siempre la responsabilidad total de sus actos y afrontarlos, sin debilitar todas sus consecuencias. Una vez cometido el acto bajo el impulso del deseo –envidia, amor u odio-, su autor, si cree en una justicia definitiva, retrocede a menudo ante las sanciones de ésta. Lo que ocupa entonces su mente es menos el arrepentimiento de su conducta, por el mal que ha causado a otro, que la serie de resultados dolorosos que pueda tener para él. Es así en todos los países, y los fieles de todas las religiones se apresuran a acudir a los medios que éstas han inventado para dejarles exentos de los castigos con que les amenazan.

El budismo popular no es una excepción. Incapaces de mantenerse a la altura de la filosofía del Sabio que ellos reivindican, sus adeptos conocen, como los de otras religiones, los actos rituales que se supone que impiden las consecuencias temidas de sus faltas y que se las evitan.
En un grado más elevado de comprensión, los budistas se esfuerzan por contra equilibrar las consecuencias de las malas acciones oponiendo las acciones de naturaleza contraria. Por ejemplo, los efectos nefastos de la avaricia o de la falta de generosidad serán contrarrestados por la caridad manifestada en la distribución de muchas limosnas. Los actos inspirados por las malas intenciones, el orgullo, la cólera, etc., serán contrarrestados por actos de benevolencia, humildad, longaminidad, paciencia, etc.

Así se tranquilizan aquellos que las escrituras budistas llama “niños” o “tontos” (bala). Éstos ignoran que la doctrina budista considera el acto material como algo que tiene mucho menos valor que el acto mental. Lejos de alcanzar por sus buenas obras el fin que ellos se proponen, acentuarán los malos aspectos de su carácter si éstas son dictadas por el deseo, completamente egoísta, de escapar a las sanciones que su poltronería les hace temer. Para que estas buenas obras puedan dificultar los resultados de las antiguas malas acciones, es necesario que procedan de un cambio de opinión que lleve al individuo a renunciar a su conducta antigua para adoptar otra, completamente contraria, porque considera mejor esta última.

Para que tenga lugar la “transmutación” de la que ya he hablado, es necesario que el cambio de conducta proceda de un cambio mental y que la nueva orientación que se da a los propios actos se mantenga de forma continua. Sobre todo es necesario que ésta no adopte el carácter de una negociación; las buenas acciones deben realizarse por amor a sí mismas, ya que ellas mismas no atenuarán nada los efectos dolorosos, para su autor, de las malas acciones que haya cometido anteriormente.
He aquí un sentimiento comparable a la contrición perfecta, tal como la define la Iglesia Católica, pero para los budistas, que niegan la existencia de un dios supremo personal, no cabe arrepentirse de haberlo ofendido. El budista, si se arrepiente, se arrepiente de haber causado sufrimiento a otro, o bien se arrepiente de haberse rebajado a cometer actos que, desde el nuevo punto de vista desde donde los considera, les parecen viles o estúpidos.

Pero ¿se arrepiente un verdadero budista? Se puede responder que no. La comprensión profunda de la doctrina del karman y la percepción de la transitoriedad de los elementos a los que se deben todos los fenómenos –comprendidas las manifestaciones de nuestra actividad- le hacen considerar inútil este género de vuelta al pasado.

Una vez realizado el acto, da inmediatamente nacimiento a una serie de efectos, de los que cada uno se convierte, a su vez en causa y produce una nueva serie de efectos. Existen actos como la bala que se escapa del fusil, el tirador no puede ya alcanzarla y actuar sobre su curso. La conciencia de su impotencia en este terreno, incita al budista a no lanzar a la ligera por el mundo series de causas y de efectos que, una vez realizado el acto, escapará para siempre jamás a su control.

Entre los budistas, sólo aquellos que permanecen todavía en los grados inferiores de la comprensión de la doctrina y creen en una retribución individual de las obras, intentan mantener una especie de libro de cuentas de sus acciones preocupándose de acumular los méritos y de compensar los deméritos. Mi experiencia, obtenida a lo largo de muchos años de estancia en diferentes países budistas, me obliga a declarar que estos inocentes poseedores de la remuneración exacta de sus obras, son la mayoría de los fieles. Por otro lado ¿no ocurre igual en todas las religiones? En cualquier caso, el budista más ilustrado, el más penetrado por el verdadero espíritu de la doctrina budista, no intenta puerilmente deshacer lo que se ha hecho; no se obstina en querer lo que no ha sido y, por otra parte, no aspira a ninguna recompensa personal. O, más bien, encuentra su recompensa en la satisfacción que siente cuando ha hecho feliz a cualquier ser.

ALEXANDRA DAVID-NEEL

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2 comentarios:

Eastriver dijo...

Como hace muy poquito que te sigo no sabía de esta vertiente que también me interesa. Una sorpresa y un gran sosiego leerte.

felicitaslaura dijo...

El budismo y el cristianismo podrían ir cogidos de la mano.
No así otras religiones como catolicismo e islamismo, el dogmatismo y las intolerancias religiosas las separa de creencias mas humanistas.

Quizá la única diferencia relevante entre las dos primeras sea la idea de la reencarnación para el budismo y la resurrección en el cristianismo, ambas con un elemento común en el tránsito de la muerte los bardos budistas y las moradas del alma en el cristianismo.
Interesantes planteamientos de vida y muerte